Obaba
Textos

 

Soledades de Obaba, Bernardo Atxaga

Nota sobre Obaba, Bernardo Atxaga

Nota sobre Obaba, Montxo Armendáriz

El misterio de los lagartos, Manuel Hidalgo

Sobre el personaje de Lourdes, Montxo Armendáriz

Misterios del pasado, Carlos Marañón

El hechicero de Obaba, Carlos Reviriego

 

Soledades de Obaba

Bernardo Atxaga. El País Semanal, 23 de octubre

Encontré una definición de la soledad en un pueblecito de Castilla, cuando fui a pedir un despertador a mi vecino de entonces, un anciano viudo y sin familia. "¡Pero, cómo! ¿No tienes despertador?", exclamó él atónito. Entró rápidamente en casa y volvió con un aparato grande y de color plateado. Dijo entonces, poniéndomelo en las manos: "¡Amigo, cómprate un despertador! ¿No ves que hace mucha compañía?" Esta vez fui yo el que se quedó atónito. Su percepción me pareció extrañamente poética. Pensé que, de haberla descrito para un diccionario, el anciano se hubiese expresado más o menos así: "Soledad: situación en la que hasta el íic-tac de un reloj se convierte en compañía. Sentimiento de quienes se hallan en tal circunstancia". Dejé constancia de la conversación en Obabakoak.

También en la película de Montxo Armendáriz aparece un despertador, un aparato igual de grande y de plateado que el que me prestó mi vecino. Lo tiene la maestra en una de las habitaciones de su casa, y marca las horas de un invierno de nieve y frío, cuando todos en Obaba se sienten solos y ella, la maestra que nunca recibe cartas, más que nadie. Cuando lo vi en la pantalla, supe que, efectivamente, tal como me habían dicho los admiradores de Tosió o de Silencio roto, Armendáriz era el director que mi libro necesitaba. Alguien ajeno al espíritu de sus páginas no se habría percatado del detalle del despertador, como tampoco de la importancia de la estufa en la jerarquía de la escuela o de la rara presencia de los lagartos. Lo dije el día deí estreno y lo repito ahora: es una verdadera felicidad encontrarse entre amigos. Y son amigos los que tienen afinidad con nosotros y, entre mil detalles, valoran y eligen los que nos parecen más importantes.

Como creador, Montxo Armendáriz tenía la obligación de traducir a imágenes las páginas del libro, y no podía ser literal. En realidad, el intento habría sido un despropósito, porque hay cosas que en el texto nunca están. Cuando, por ejemplo, leemos que eí Quijote "frisaba con los cincuenta años" y era "de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza", no tenemos su retrato; tenemos únicamente un molde en el que bien podrían caber mil figuras distintas. Montxo Armendáriz tuvo, pues, que inventar, tuvo que imaginar cómo era la maestra de Obaba —lo mismo de joven que de mayor—y cómo eran todos los demás habitantes de Obaba: el ingeniero Werfell, y su hijo Esteban; eí malhadado Lucas y el enigmático Ismael; la feroz Begoña y su hermano tonto; la

estudiante Lourdes y su amigo Miguel. Luego de inventar los personajes, Armendáriz tuvo que seguir en el empeño, porque su trabajo no había hecho sino empezar.

Naturalmente, también los actores participaron en la invención. Hay muchas formas de recitar el enunciado de un problema de aritmética; muchas formas de hablar ante la cámara de vídeo o de quitar importancia a las historias siniestras que circulan sobre los lagartos, y son ellos, los actores, quienes eligen esas formas, las que finalmente llegan al público; las que me llegaron a mí y me mostraron cómo caminaba tal personaje o qué expresión tenía un rostro que yo había entrevisto hace unos veinte años, cuando escribí el libro.

Una última palabra sobre el lugar, Obaba. Dice Paul Valéry en uno de sus certeros aforismos que el pensamiento de una persona puede no ser complejo, pero que la persona, como tal, siempre lo es. Esto implica que no hay, en parte alguna del mundo, ni en el más minúsculo de los pueblos, realidades fáciles de entender, vulgares y simples. O dicho al contrario: que todos los lugares son difíciles y complejos. Así Obaba; no por sus casas o por su río, sino por la forma de ser y de vivir de la gente. Por lo mucho que, por ejemplo, puede importarles un despertador.

Bernardo Atxaga

 

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Notas sobre Obaba

Me pongo a pensar en Obaba y lo primero que me viene a la mente es el espejo de la catedral de Norwich, en Inglaterra. A pesar de su pequeño tamaño puede verse en élla catedral entera, con todos sus detalles. Yo creo que intenté hacer algo parecido: crear un pequeño mundo que hablara del grande; crear vidas que hablaran de la vida en general. Es lo que pretenden historias como la de la maestra o la del ingeniero Werfell. Son historias concretas, ligadas a un tiempo y a un lugar, que no alcanzarían su pleno sentido si no hicieran pensar en la soledad, el amor, el desarraigo y otras cuestiones igualmente importantes.

Bernardo Atxaga

 

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Notas sobre Obaba

Obaba trata de la naturaleza del misterio, de la búsqueda de lo desconocido, de las cosas no dichas y, también, de las que decimos y hacemos: miradas, gestos y actitudes que, unas veces de forma consciente y otras muchas sin pretenderlo, determinan el sentido de nuestra existencia.

Montxo Armendáriz

 

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EL MISTERIO DE LOS LAGARTOS
Y OTROS MISTERIOS SIN RESOLVER

Manuel Hidalgo. El Mundo, 17 de septiembre

Obaba acaricia la condición de obra maestra, y no sólo es, hasta la fecha, la gran película española del año, sino una de las mejores de los últimos 20 o 30”.

Montxo Armendáriz debutó en la dirección de largometrajes tardíamente, con 35 años, y en dos décadas sólo ha rodado ocho pelícu­las. Estos escuetos datos esconden, a la vista de una película como Obaba, algo muy reve­lador: la falta de prisas, el afán de madurar, el gusto por la depuración del cineasta.

Con matices y excepciones, cada película de Armendáriz ya venía siendo la síntesis cir­cunstancial de estas cualidades, pero Obaba aparece ahora como una culminación, como la gran obra de madurez que quintaesencia ese propósito del trabajo demorado y destila­do hasta alcanzar en la sencillez y en el mimo de los detalles una vigorosa plenitud.

Uno debería cuidarse de hacer frases que van directamente a los anuncios publicitarios, pero tampoco es fácil reprimir las ganas de proclamar una buena nueva: Obaba acaricia la condición de obra maestra, y no sólo es, hasta la fecha, la gran película española del año, sino una de las mejores de los últimos 20 o 30, con el añadido de pasar a engrosar la lis­ta de oro de las grandes películas –con El Sur, Los santos inocentes, La colmena, La busca, La tía Tula, Pascual Duarte, Tiempo de silen­cio y varias otras– basadas en grandes libros de la literatura española del siglo XX.

No debía ser nada fácil encontrar el ins­trumento, el hilo que uniera los distintos re­latos de Obahakoak, el libro de Bernardo Atxaga. Bien entendido que, además, era preciso elegir, descartar, aligerar y añadir. La solución encontrada por Armendáriz es tan simple como efectiva: una muchacha llega a Obaba para filmar con su cámara digital imá­genes con destino a una práctica de la escuela en la que cursa estudios audiovisuales. Desper­tada e inquietada su curiosidad desde un prin­cipio ante un mundo que oculta secretos y mis­terios, las tomas intuitivas de su cámara se van convirtiendo en piezas de un puzzle, entre el pasado y el presente, que la muchacha no sólo se verá empujada a recomponer, sino que, ab­sorbida por él, le integrará entre sus partes.

La idea puede parecer convencional, pero toda convencionalidad se desvanece desde el primer instante cuando la propia chica, Lourdes, es succionada por el entramado de incógnitas, medias verdades y medias menti­ras que Obaba le ofrece y nos ofrece. . El hilo se convierte en un hilo de seda so­terrado, y lo que se erige con sus hilvanes es una compleja estructura de vidas y tiempos cruzados que conforma un compacto relato realista trufado de destellos fantásticos y mágicos. La palpitante vocación de Armendáriz por el realismo poético nunca había al­canzado tanta perfección y eficacia.

El guión es magnífico, entre otras razones porque no es un mero cosido de segmentos o de episodios sucesivos. Armendáriz ha pues­to en pie un trenzado de vidas y de momen­tos que se va completando, al paso del traba­jo de Lourdes, desde ángulos distintos, con las aportaciones de un juego de miradas po­co a poco concluyente que va cerrando histo­rias, retirando velos, cuadrando datos y acla­rando enigmas, verdades y mentiras.

La película gana y gana conforme avanza su metraje, ya que impensadas revelaciones hacen que su interés aumente. Dicho de otro modo, Armendáriz consigue no sólo arrojar luz progresivamente sobre un mosaico de personajes y avalares desplegados en hori­zontal, sino que acierta dotar a la historia, tan coral, de una línea vertical de fuerza, de progresión dramática.

Lapelícula trasciende el paisanaje local, rural, vasco, para componerse como un cuento universal en el que pueden abrevar sensibilidades muy diferentes”.

Otras dos grandes virtudes tiene esta exce­lente película. Una es la fusión de géneros, que se realiza, como todo, de forma tan armó­nica que no da lugar a una antología o agrega­ción, sino a un resultado nuevo. Atmósferas y climas de thriller, de cine fantástico y de mis­terio, de drama realista y de historia románti­ca se funden entre sí como se funden la mira­da digital –contemporánea– de Lourdes con los resortes sepia del cine clásico componien­do un rico e integrado tapiz de lenguajes.

De igual manera, Obaba transciende el paisaje y el paisanaje local, rural, vasco, pa­ra componerse como un cuento universal o, lo que es lo mismo, como un universo autó­nomo en el que pueden abrevar sensibilida­des muy diferentes al sacar a la vista rinco­nes poéticos deudores de narrativas tan dis­tantes como la borgiana, la latinoamericana en general y hasta ciertos cáusticos trazos de la literatura centroeuropea.

Y habrá que decir que Obaba es una pelícu­la muy literaria, pero no por la obviedad de proceder de la literatura, sino como sucede en muchas películas, vengan o no de un libro, por el modo específico en que está urdida su dramaturgia y por el modo en que las imáge­nes cuentan la historia. En tal sentido, la pues­ta en escena de Armendáriz llega al máximo de la elegancia, suavidad y suntuosidad que ya estaba presente en los mejores momentos y tramos de sus anteriores trabajos, entrando en esa musicalidad interna que, por cierto, define el estilo literario de narrar con imágenes.

Cada personaje –de la maestra al intrigan­te aficionado a los lagartos, pasando por el solitario ingeniero alemán– posee un pode­roso ingrediente cautivador. Un vez más, los niños aportan al mundo de Armendáriz mi­radas, ojos y peripecias en las que, junto a briznas de humor y ternura, hay pozos de do­lor, violencia y locura. Obaba no es un edén.

En esta película admirable, que parece he­cha en estado de gracia, el reparto de actores redondea todos los aciertos de su planteamien­to. Es una satisfacción ver otra vez a Pilar Ló­pez de Ayala, en el personaje de la maestra, in­grávida y transparente por fuera, densa por dentro –¡qué delicia es su manía de enseñar contando y qué fino detalle de guión es mostrar cómo tal manía ha calado en sus ahora mayo­res alumnos!–, pero la película nos pone en bandeja de plata a una actriz joven estupenda, Bárbara Lennie –muy recordable en Mas pena que gloria–, un rostro luminoso y limpísimo que, para colmo, vocaliza de maravilla, cosa que, todo hay que decirlo, no es tan frecuente entre nuestros jóvenes actores.

 

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Dos apuntes sobre el personaje de Lourdes

Montxo Armendáriz

1. ¿Por qué va Lourdes a Obaba? ¿Por qué recorre sus calles con una cámara de video grabando cuanto ve? Posiblemente, el espectador se plantee estas y otras cuestiones durante la primera mitad de la película. Es parte del juego, de la historia de Lourdes, que transita por los personajes y la geografía de Obaba sin que el espectador conozca la razón o el motivo de su proceder, aunque tal vez los pueda intuir. Esta ausencia de información –premeditada– es parte del misterio que rodea a Lourdes, un misterio donde la casualidad o quizá el destino –al igual que en el resto de historias– juegan un papel importante. Solamente cuando Lourdes regresa a la ciudad, a su mundo, descubrimos que ha ido a Obaba para grabar una práctica de la Escuela y que su amigo Carlos (sobrino de Esteban) fue quien le habló de Obaba. Pero como suele ocurrir frecuentemente, cuando algo se conoce pierde valor, y en este momento de la historia, esta información que tanto nos interesaba apenas tiene relevancia, ha perdido interés, porque lo importante para el espectador, ahora, es lo que le ha ocurrido a Lourdes, lo que ha vivido, el conocimiento de algo nuevo –de lo desconocido, del misterio, ¿tal vez un lagarto que entra en la cabeza?–, que ha modificado su concepción de la realidad. De esta forma –al igual que en las otras historias– un hecho casual e intrascendente (el viaje de Lourdes a Obaba) se convierte en un elemento decisivo que cambia el rumbo de su vida.

2. Tiene Lourdes la seguridad de los inconscientes, la confianza de los que todavía no se conocen a sí mismos, la firmeza de quien carece de responsabilidad. Tiene Lourdes la risa fácil y la mirada limpia, porque está en el umbral de la vida, porque aún no conoce el dolor, ni el miedo, ni el llanto. Su viaje a Obaba le abre las puertas de otra realidad, de otras vidas, de otras gentes. Y a través de ellas descubre el amor, la amistad, la envidia, la soledad, la violencia. También descubre el temor ante lo desconocido, el misterio de lo inaccesible. Porque el conocimiento no es lineal ni transparente, y muchas veces genera incertidumbre, dudas, angustia y dolor. Por ello, después de su viaje a Obaba, Lourdes ya no es la misma. Algo se mueve en su interior –¿un lagarto?–, algo está cambiando, y Lourdes se enfrenta a un nuevo futuro, a un nueva forma de entender la vida. Todavía hay misterios, hechos, circunstancias que Lourdes no comprende, pero sigue adelante. Y de la misma forma que el conocimiento de otras vidas modificaron la suya, Lourdes envía una carta en un sobre de color crema a Esteban. Una carta que Esteban espera desde hace años y que, posiblemente, también cambie el rumbo de su vida. Son pequeños actos, pequeños detalles, unasveces imperceptibles, otras misteriosos –¿producto del azar, o tal vez del destino?–, que determinan el sentido de nuestra existencia.

 

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Obaba esconde misterios del pasado
en tránsito al presente

Carlos Marañón. Revista Cinemanía nº 120

Primero, sorpresa. La perplejidad invadirá a todos aquellos que estén familiarizados con la vida, entre misteriosa y etérea, de Obaba, paraje literario creado por el escritor guipuzcoano Bernardo Atxaga en Obabakoak. La imagina­tiva y compleja estructura de la novela, rebosante de historias cruzadas y de pequeños relatos de ida y vuelta, entre el presente y el pasado de ese valle norteño marcado por los lagartos, las cartas y las curvas, se antojaba un obstáculo muy difícil de sortear, incluso para los guionistas de la mo­derna escuela suicida, tan de moda últimamen­te. Por suerte, otro destino mucho más sagaz esperaba a los habitantes de este territorio fron­terizo entre la conciencia y la imaginación. Tras rescatar los ecos de las escopetas del maquis en Silencio roto, Montxo Armendáriz se ha atrevido a escribir un guión de estas historias, que forma­ban una compleja trampa para ahuyentar a cazarrecompensas cinematográficos en la que no ha caído este cineasta serio y comprometido. Para no pillarse las manos, el director navarro (Olleta, 1949) ha confeccionado una evocadora suerte de cesta para esa pelota vasca que Atxaga revistió de universalidad merced a su potente capacidad de sugestión.

Luego, curiosidad. ¿Qué relatos de los mu­chos que jalonan la novela son los que podían verse trasladados a una película? Armendáriz, que ha caminado con paso firme por los senderos del mundo rural (con denominación de origen norteña), desde su primer largometraje, Tasio (1984), a la alfombra roja de los Osear, con la nominada Secretos del corazón (1997), elige aque­llas historias que tienen mayor apego a la tierra sobre la que se deslizan suavemente las palabras de Bernardo Atxaga, con interés especial por los años de la posguerra, fotografiados para la panta­lla por Javier Aguirresarobe. Ante todo, Obaba y sus gentes, de las que hay muchos misterios que descubrir, a través de un personaje inventado por el cineasta, que es también único guionista del filme, pero que responde fielmente al espíritu (y hay mucho de eso en la obra de Atxaga) de la obraiteraría. El narrador de Obabakoak, aficionado a los cuentos, se convierte en Obaba en una estudiante de alguna disciplina audiovisual, que quiere tirar del hilo de la historia de Obaba y, de paso, de la suya propia, a través de una cámara digital y con la ayuda de una fotografía antigua de los niños de la escuela local. Bárbara Lennie (protago­nista de Más pena que gloria) es esta Lurdes que se mete en la boca del lobo, o más bien del lagar­to, en este valle, donde el pasado se mezcla con el futuro en los personajes presentes de Mercedes Sampietro y Juan Diego Botto, la maestra jubilada y su hijo, y del extraño Is­mael (Héctor Colomé), el protector de lagartos del que nadie se fía.

Más tarde, aparece la inquietud. Los en­cuentros de Lurdes en su estancia en Obaba se vinculan con el pasado a través de tres historias ejemplares, por lo insinuantes que resultan sus miradas hacía este (y algún otro) paraíso enga­ñoso. La historia de la maestra de Obaba, que todo lo cuenta y enumera, desde los días que pasan sin que reciba una carta de su novio, a los pasos que da hasta el encerado. Pilar López de Ayala interpreta en su juventud a este personaje que busca una salida a su encierro personal y social mediante un amor difícil. En otra onda, Eduard Fernández, perdido, quiere huir de sí mismo y de un error cometido en sus años mo­zos, en el río de Obaba, que le persigue donde quiera que vaya, incluso lejos de su tierra. Pero un error nunca subsana otro error. Y un crimen, menos todavía. Finalmente, la relación del ale­mán (PeterLohmeyer), que es como conocen al ingeniero teutón que dirige la mina de Obaba, con su hijo es muy curio­sa: ambos, que no son cristianos, son los dife­rentes del pueblo, una condición difícil de dige­rir para un niño, en otro buen retrato de la infancia de Armendáriz.

Finalmente, el reposo, la quietud. La bús­queda ha concluido, las historias han ayudado a reconstruir el influjo de este lugar lleno de ha­bladurías que obsesionan a Lurdes y que Montxo Armendáriz, el valiente, se ha atrevido a descubrir. Comprendido el misterio, sin em­bargo, no hay solución, porque ésa, maldita sea, está siempre en nosotros mismos.

 

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Montxo Armendáriz
El hechicero de Obaba

Carlos Reviriego. El Mundo

Puede que, como escribió Fernando León respecto a Silencio roto, para Montxo Armendáriz la memoria no sea un paso para atrás, sino hacia adelante, como una antigua foto de grupo que debemos reconstruir para que sus ausencias nos sirvan de aprendizaje. No sólo su reivindicación histórica del maquis, también los secretos del corazón que arrancó a Carmelo Gómez y a Charo López, rescatan sin ira la dignidad del tiempo recobrado y su perentoria necesidad, “porque si no las sociedades, como los enfermos de Alzheimer, están condenados a un estado vegetativo”, sostiene el cineasta. El paso del tiempo no aniquila, sino que reconstruye, parecen decirnos las historias y las imágenes que este director navarro con aspecto de druida viene capturando en sus obras desde hace veinticinco años, como si con ellas quisiera realmente atrapar el hechizo del tiempo, ese “bicho que anda y anda”, escribió Cortázar.

A su guerra declarada contra la amnesia colectiva, suma ahora una trascendente batalla por lo que tiene de personal, y que inaugura hoy el 53 Festival de San Sebastián. Obaba es muchas cosas porque funciona en varias dimensiones, y lo menos que se puede decir de ella es que es una inteligente y ambiciosa adaptación del libro de relatos Obabakoak de Bernardo Atxaga (Premio Nacional de Literatura 1989), un crisol de personajes y sensaciones donde los mecanismos del tiempo y sus misterios siguen siendo las alquimias que el autor de 27 horas y Las cartas de Alou (premiadas ambas en pasadas ediciones del certamen) quiere congelar con su cámara. La magia y la fascinación del pueblo creado por Atxaga, y gran parte de su imaginario simbólico en forma de lagartos, curvas y pasos contados, han encontrado un cómplice fiel en las imágenes que hoy ponen en marcha el festival donostiarra.

¿Pero qué es Obaba, ese universo esencialmente literario, para Montxo Armendáriz? “Muchas cosas, pero sobre todo, como dice Bernardo Atxaga, es un mundo dentro del mundo. No es un lugar que se extinga ni que exista. No es algo tangible, desde luego, es un microcosmos en el que está en juego la condición humana y el misterio del tiempo. Obaba es una forma de entender la vida y de vivirla que conecta con la búsqueda de lo desconocido. Los lagartos de Obaba son una metáfora de ese misterio que se te mete en el cerebro, en determinado momento, y que cambia el rumbo de tu percepción de la vida. Lo puede cambiar para bien o para mal. Ese es el misterio. A un personaje lo deja atontado, a otro le aporta lucidez”.

El hilo invisible
Acaso la mayor dificultad a la que se enfrentó el cineasta para adaptar Obabakoak fue la de otorgar unidad a tantos relatos (veintiocho) aparentemente independientes que conforman el libro. “De hecho, esa complejidad inicial fue lo que me hizo descartar la idea de llevarlo a la pantalla cuando lo leí por primera vez –explica el director–. En aquel momento, hace unos quince años, Barnardo [Atxaga] y yo llegamos a la conclusión de que era imposible. Tenía la certeza de que había un hilo invisible que los unía a todos, un espíritu metafórico que los invadía, pero no encontraba la manera de darles una coherencia, una estructura unitaria”. Como ocurre con gran parte de los habitantes de Obaba, aquello que buscaba no estaba en realidad muy lejos, y más tarde o temprano tenía que hallarlo: “Como todas las cosas, surgió de una forma imprevista pero de lo más común. A veces tienes la solución delante y simplemente no la ves. Se me ocurrió que por qué no intentar que un personaje llegara a Obaba y grabara lo que ve y encuentra; esto me permitía además incluir sin que rechinara la reflexión sobre el acto creativo que también está en el libro”.

Ese personaje es Lourdes (Bárbara Lennie), una estudiante de cine permeable a los misterios de Obaba, que por arte y magia de Armendáriz se convierte en su alter-ego, en la plausible vía que encuentra para trasladar a imágenes la reflexión del libro sobre las dificultades de ficcionar en torno a la vida. “Lo que yo hago es volcar esa reflexión directamente a la creación cinematográfica –argumenta Armendáriz–. Siempre he pensado en lo difícil que resulta darle verdad y unidad a lo que se crea, de cómo manipular la realidad para darle una forma concreta. Creo que esta reflexión está también en otras películas mías, pero en Obaba es una lectura obligada, porque es el mismo problema al que se enfrenta la protagonista, Lourdes, quien a raíz de un trabajo documental que prepara para la escuela, viaja a Obaba para intentar capturar la verdad del pueblo, de sus personajes, su pasado y los misterios que allí acontecen. En cierto modo, Obaba habla de la búsqueda de lo desconocido”.

Cabe preguntarse si las cuestiones que plantea el documental, género que ha visitado en más de una ocasión Armendáriz, y sobre el que volvió con resultado reconfortante en su anterior película, Escenario móvil (en torno a Luis Pastor y la profunda Extremadura), le haya conducido a este tipo de reflexiones. “En realidad, el guión de Obaba ya estaba hecho antes de que hiciera el documental, pero sí es cierto que el proceso de realizar una película como Escenario móvil inevitablemente te hace reflexionar mucho sobre ello. Es una película que se hizo a tumba abierta, en búsqueda de algo que no sabes qué es hasta que lo encuentras. Yo siempre he pensado que no hay distinción entre el documental y la ficción, al menos no más diferencia que la del material con el que se trabaja. En esencia, se trata de lo mismo”.

El acto creativo
De este modo, la última propuesta de Armendáriz, ambiciosa y compleja, se suma a la exploración de formas narrativas y ensayos metacinematográficos que la pujante tecnología digital ha suscitado en el cine, ahora más democratizado desde que el soporte fotoquímico perdió su hegemonía. “Es posible que el hecho de que cualquiera pueda ahora coger una cámara y hacer una película, como de hecho hace Lourdes en la película, haya propiciado mayores reflexiones sobre los procesos del acto creativo. El cine está condicionado a una permanente adaptación a los medios, y los que hacemos cine sabemos que todo se queda obsoleto y muy poco permanece”. La película bascula, por tanto, entre la emoción y la reflexión, tratando de encontrar el frágil equilibrio entra ambas intenciones. La prioridad para Armendáriz, “siempre, es que los personajes y la historia sean verosímiles y desprendan emoción, que lleguen al fondo de la gente. Conseguir eso es lo más importante, porque sin ello, cualquier otro contenido adicional, cualquier otra lectura se queda hueca”.

Más allá de las pretensiones formales, en su búsqueda de la emoción intervienen con mayor relieve las ambiciones temáticas de la película que, como también ocurría en la obra literaria, conectan directamente con la geografía rural y la cultura vasca. “La película está situada en unos espacios muy concretos y no voy a negar su relación con el País Vasco, pero yo quise huir de todo lo que fuera más reconocible culturalmente para que lo narrado adquiriera una dimensión universal. Por eso he extraído de los personajes los aspectos que me parecen fundamentales de la condición humana, como el amor, la soledad, la identidad, la violencia... Cada uno de estos temas tiene su reflejo en una o más historias de la película”.

El amor inesperado y la soledad infinita las vivimos a través de la maestra (Pilar López de Ayala) enamorada de su alumno; la locura y su violencia pertenecen a Lucas (Eduard Fernández), quien perturbado por una muerte que pudo ser fraticidio sigue escuchando las voces de su hermana en su cabeza, mientras que el desarraigo y la identidad se abren camino a través de un ingeniero alemán (Peter Lohmeyer) que se resiste a integrarse en una cultura muy distinta a la suya. “Lo curioso es que este personaje, que es ateo y judío, encuentra la manera de transmitir su cultura a su hijo a través de algo que ocurre en una iglesia”, explica Armendáriz, quien para mostrar el otro lado de la moneda, ha inventado al lugareño Miguel (Juan Diego Botto), alguien para quien cualquier sitio es bueno para vivir siempre que esté a gusto consigo mismo. “Creo que la locura y la violencia, el hecho de no querer aceptar al otro, y cómo todo eso conduce a la destrucción, son manifestaciones muy claras del mundo actual”.

Regreso a la infancia
Vuelve también Armendáriz a la infancia, un lugar común ya en su filmografía, pues al Obaba del pasado, a sus rostros y sus historias, accede Lourdes (y el espectador) a través de una vieja foto de escuela, que la estudiante tratará de reconstruir con los huecos de los que ya no están. “Creo que los niños son fundamentales para hablar de la importancia de tener el pasado siempre presente. Al adaptar el libro, en ningún momento me interesó fechar los hechos, sino evocar el paso del tiempo. La foto de la escuela daba mucho juego en este sentido, porque algunos de los niños luego son de adultos la antítesis de lo que fueron, y otros, sin embargo, han desaparecido del pueblo”.

Acaso este Obaba que presenta el cineasta navarro en San Sebastián reúna las claves de su filmografía y opere como síntesis de una singular forma de entender el cine y la vida: “Cuando haces una película, siempre intentas volcar todo aquello que has aprendido de tus anteriores trabajos, y aunque Obaba no sea una síntesis consciente de lo que me interesa en el cine, sin duda tiene mucho de ello”. Dice Lourdes en un momento del film que lo peor es no saber si las imágenes que ha grabado servirán para algo. “Ella concluye que no hay que darle importancia, porque el sentido de las imágenes se dará por sí mismo. Lo mismo pienso yo de las imágenes de Obaba”, concluye Armendáriz.

 

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